D mira hastiada a la chica, ante la amenaza del mismo tema manido. La concentración desaparece de la conversación. "Céntrate" se dice ella, vuelve a su amiga, a sus historias, la complicidad. Lo mucho que se echan de menos.
La sombra se materializa justo a su lado. Le sigue un niño ¿Va con él? Rubio, con chándal y churretes. Vuelco. Vuelco.
"¿Es él?" Le pregunta a D, quien dirige una mirada rápida, arruga el gesto y añade que no lo recuerda, pero que está segura de que la chica no lo habrá olvidado.
El resto del tiempo juntas está velado. Un abrazo. La sombra al otro lado de la calle andando en la misma dirección que nuestra chica. Corazón al galope.
"Espero verte pronto", dice. "Espero que sea él", piensa.
Al girar para entrar en la boca del metro, allí está, parado frente al mapa, mirando muy fijo.
20 escalones.
Uno: "Es."
Dos: "Mismo perfil."
Tres: "No tiene sentido."
Cuatro: "Destino bufón."
Cinco: La mira.
Seis: No sabe qué decir.
Siete: "¿Por qué?"
Ocho: "No es"
Nueve: "Te odio. Te quiero".
Diez: "Pendientes"
Once: "Al menos a este lado"
Doce: "¿Qué está buscando?"
Trece: Ella quiere irse.
Catorce: Ella quiere llorar.
Quince: Mejor correr.
Dieciseis: "Es él."
Diecisiete: "Me lo he inventado todo."
Dieciocho: Silencio.
Diecinueve: Pum-pum-pum-pum. En la boca, en la cabeza. Ensordecedor.
Veinte.
Llega hasta el torno. Vuelve. Se gira. Se para a su lado y dice: "No te llamas como él y no me conoces, ¿Verdad?".
Él sonríe con dientes que la chica no reconoce y dice que no.
"Menos mal", suspira.
La chica entra en el metro pensando que debería haberle besado porque quizás alguien como ella le rompió el corazón, al igual que alguien como él se lo rompió a ella.
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